Arte y Espectáculos

Air y Primal Scream le dieron sentido al festival Music Wins

Los franceses repasaron varios de sus clásicos en Tecnópolis. El profesionalismo y oficio de los escoceses permitió un show sin fisuras.

por Agustín Argento

Los franceses de Air y los escoceses Primal Scream dieron sendos shows de jerarquía en el cierre del festival Music Wins, en un desorganizado Tecnópolis, que se perdió entre los escasos puestos de comida, los jardines de cerveza, una insólita peluquería y un sistema de pre-pago que ni el público ni este cronista lograron entender.

A las 23.35 subieron al escenario completamente vestidos de blanco Jean Benoit Dunkel y Nicolas Godin, para dar un excelente show de tinte análogo y escasa distorsión, con el cual deleitaron a los 10.000 fanáticos que esperaron por ellos y sortearon a los cientos que eligieron terminar la noche sentados sobre el pavimento.

Los franceses repasaron varios de sus clásicos en un repertorio que incluyó canciones como “Venus”, “People in The City”, “Talisman” y “Sex Boy”, tras una jornada que había arrancado temprano con el estadounidense Kurt Vile y su folk-rock “setentoso”.

“¿Y éste quién es, la reencarnación de Osvaldo Civile?”, preguntó en voz alta un joven con remera de Hermética con respecto al parecido entre el fallecido guitarrista de V8 y el rizado pelo largo de Vile, quien con su guitarra Fender Jaguar y su look de rocker emergía despreocupado en un predio que ofrecía servicios de todo tipo.

Compra de ropa, venta de discos y filas interminables para la adquisición de comida y bebida hacían juego con los servicios de peluquería que este “festival de rock” daba sobre el cemento del estacionamiento de Tecnópolis.

Luego de Vile apareció la australiana Courney Barnett, “una piba que grita mucho sin que se le entienda un soto”, comentaba uno con la roja remera de “Screameadelica” a la espera del grupo liderado por Bobby Gillespie y Andrew Innes.

Así, entre apretujones por adquirir productos y el buen sonido (real) que salía de los parlantes del escenario, llegó el impecable set de The Brian Jones Town Massacre, con el inoxidable líder Antone Newcombe.

En su primera visita al país, los originarios de San Francisco se pasearon como locales por el escenario, haciendo que varios de los presentes que estaban por Primal Scream o Air dejaran a un lado sus andanzas y prestaran atención, durante al menos cinco minutos, a la música.

Esta mixtura de bandas se veía reflejada, también, en un heterogéneo público que mezclaba en su vestimenta tapados de lana con bermudas entalladas y grupos de extranjeros latinoamericanos que juraban estar viendo a los escoceses de Gillespie, mientras sonada el conjunto de Newcombe.

Tras el paso de los Jones Town Masscre, en el escenario contiguo y con una precisión envidiable para cualquier suizo, salió sobre las tablas el desfachatado canadiense Mac Demarco, un abonado al Music Wins y con hinchada propia que hizo sentir su localía.

Interesante y moderno hubiera sonado el rock reggeado de Demarco, quien arrancó aplausos y ovación tras escupir sobre el escenario, como si lo mismo no lo hubiera hecho hace 30 años Luca Prodan en Cemento.

Sin embargo, poco le interesó al público esta similitud con Sumo, ya que el ojo estaba puesto en los escasos puestos de cerveza y comida, haciendo que los últimos metros para llegar a la barra se pareciera “al pogo de los primeros minutos de un show de Megadeth”, según se animó a comparar un presente.

Otra joven, un poco más profunda, sentenció: “esto es la mayor estafa desde el Monoriel de ‘Los Simpson’ en Springfield”, en referencia al desopilante sistema “toquen” por el cual uno debía comprar troqueles de $25 o $50 para intercambiar por su consumisión.

Para adquirir esos “toquen” (casi homófono de “tocuen”) uno debía superar una espera de 20 minutos, tras lo cual se debía someter a otra de 30, sin la seguridad de que su “consumisión” continuara disponible.

Pero nada importaba si de rock se trataba y a la espera, ahora sí, de la aparición de Primal Scream sobre el escenario y su mega hit “Moving on up”, grabado por miles de celulares como si se tratara de la “Oda a la alegría”, con Beethoveen en vida sobre el escenario.

El profesionalismo y oficio de los escoceses permitió un show sin fisuras y con un logro casi único: los clásicos como “Cosmic Girl” sonaron igual que piezas nuevas como “100% or nothing” o “Tripping on your love”.

A todo esto, en la puerta de Tecnópolis filas de taxis negociaban sus tarifas con los jóvenes rockeros que salían, sin siquiera pensar en la regulación que el reloj reglamentario otorga gracias al Gobierno de la Ciudad y la ley de la Legislatura.

Con la libertad del mercado y los magros medios de transporte que pasan por Villa Marteli, cada uno podía arreglar con el taxista sin la necesidad de recurrir a los precios oficiales y mientras las bandas del Music Wins continuaban sonando de fondo.

“Si pagaron $1000 por una entrada en cuotas, pagan $500 por un viaje al centro”, le comentó un taxista a este cronista, quien se llevó un “toquen” de $25 en el bolsillo porque ningún puesto le quiso reintegrar su valor.

Télam.

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